| La mengua de la vida ética por la intervención corruptora del estado en el mercado | | | |
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Armando
de
la
Torre
La
Mengea
de
la
Vida
Ética
por
la
IntervenciÓB
Corroptora
del
Estado
en
el
Mercado
Dado
que
incluyo
algunos
COTiceptos
claves
en
el
largo
título
que
encabeza
la
siguiente
reflexión
,
permítasenme
unas
brevísimas
educaciones
sobre
lo
que
entiaido
por
ellos
.
Por
Etica
me
refiero
al
conjunto
de
normas
de
la
conducta
que
la
hacen
moralmente
aceptable
a
todos
desde
la
perspectiva
de
algún
fin
último
en
la
vida
humana
:
Dios
,
la
felicidad
,
el
orden
social
justo
,
la
preservación
de
la
naturaleza
racional
del
hombre
,
la
cooperación
pacífica
,
etc
.
Como
tal
,
responde
a
motivaciones
conscientes
de
ñierte
int^sidad
emocional
que
se
traducen
a
la
severidad
de
las
sanciones
con
que
se
castiga
cada
violación
de
sus
preceptos
.
A
la
Etica
la
veo
aquí
desde
el
ángulo
del
"
individuahsmo
metodológico
",
esto
es
,
desde
el
supuesto
de
que
son
los
individuos
,
no
las
abstracciones
de
grupos
,
los
responsables
últimos
del
hiea
o
el
mal
que
se
haga
.
Armando
de
la
Torre
es
Director
de
la
Escuela
Superior
de
Ciencias
Sociales
,
Universidad
Francisco
Manroquín
.
Anteriormente
fue
Prefecto
de
Estudios
del
Seminario
Pío
Latinoamericano
en
Roma
,
y
Profesor
de
Filosofía
,
Religión
y
Sociología
en
varías
universidades
norteamericanas
.
A
la
Etica
sus
tratadistas
habitualmente
le
reconocen
dos
grandes
campos
de
estudio
:
el
de
la
escala
de
los
valores
y
el
de
la
ñi^te
de
la
obligación
moral
.
En
el
primero
se
discuten
aquellos
valores
t^dos
por
supremos
para
la
convivencia
pacifica
entre
los
hombres
.
Así
,
la
prdiibición
de
no
matar
pretende
resguardar
el
valor
de
la
vida
;
la
de
no
robar
,
el
de
la
propiedad
;
la
de
no
maitir
,
el
de
la
verdad
;
la
de
no
adulterar
,
el
de
la
patemidad
.
"
A
contrario
sensu
",
el
mandato
de
honrar
padre
y
madre
o
de
dar
al
César
lo
que
es
del
César
se
adereza
a
fom^tar
los
valores
respectivos
de
la
piedad
filial
o
del
cun
:
q
}
limi^to
ccm
los
deberes
ciudadanos
.
A
un
lado
dejo
los
llamados
"
consejos
de
perfección
",
reunidos
en
el
Evangelio
principabnente
bajo
el
nombre
genérico
del
"
Sermón
del
Monte
"
y
en
otros
incidentes
y
parábolas
de
la
vida
de
Jesús
,
que
son
más
bien
invitaciones
a
una
vida
de
superior
generosidad
para
con
Dios
y
con
el
prójimo
(
como
el
monosprecio
de
las
riquezas
o
la
renuncia
a
la
vida
de
familia
).
Creo
oportuna
otra
observaciói
con
respecto
a
los
valores
:
se
afirma
a
veces
que
todos
los
valores
son
relativos
.
Esto
es
una
equivocación
;
lo
relativo
no
son
los
valores
,
al
menos
no
todos
ellos
,
sino
sus
escalas
,
es
decir
,
la
importancia
relativa
Laissez-Faire
44
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—
que
les
asignamos
m
un
rango
,
según
su
mayor
o
menor
importancia
,
en
el
que
estén
engarzados
.
Otro
punto
importante
:
los
problemas
éticos
no
suelen
ofrecérsenos
reducidos
a
una
simple
elección
entre
un
bien
y
un
mal
moral
indubitables
,
sino
como
dilemas
difíciles
de
resolver
entre
dos
bienes
,
de
los
cuales
uno
habría
de
ser
sacrificado
,
o
entre
dos
males
,
de
los
que
uno
habría
de
ser
deliberadamente
escogido
.
En
cuanto
al
segundo
campo
importante
del
estudio
de
la
Etica
,
el
de
la
fuente
de
la
obhgación
moral
,
con
ello
se
quiere
responder
a
la
pregunta
:
¿
por
qué
he
de
preferir
el
bien
al
mal
,
o
lo
más
bueno
a
lo
m^ios
bueno
,
o
lo
menos
malo
a
lo
más
malo
?
Este
cuestionamiento
devino
inaplazable
cuando
se
introdujo
en
el
mundo
mediterráneo
clásico
de
Roma
y
Grecia
la
concepción
semita
de
un
Dios
Creador
que
interviene
personal
y
continuamente
en
la
naturaleza
y
en
la
historia
.
Un
Dios
,
por
tanto
,
que
se
erige
en
la
conciencia
íntima
de
cada
individuo
como
el
rasero
inapelable
de
la
obligación
moral
.
De
ahí
que
se
haya
insistido
ai
que
el
cristianismo
le
abrió
a
la
moral
una
interioridad
que
había
estado
ausente
en
los
tratados
de
los
grandes
pensadores
de
la
Antigüedad
.
Por
eso
distinguimos
hoy
entre
dos
enfoques
fundamentalmente
diversos
al
discutir
el
tema
del
sentido
de
la
obligación
moral
:
el
categórico
y
el
prudencial
.
El
primero
se
ubica
dentro
de
las
grandes
cosmovisiones
monoteístas
del
Judaismo
,
el
Cristianismo
y
el
Islam
,
y
en
él
las
intenciones
del
agente
al
actuar
scxi
las
determinantes
decisivas
del
sello
moral
,
bueno
o
malo
,
de
cada
acción
.
Una
versión
racionalista
y
no
teísta
de
lo
mismo
,
debida
al
pensador
del
siglo
XVIII
Immanuel
Kant
,
el
unperativo
categórico
,
no
vale
la
pena
analizarla
en
esta
breve
discusión
,
dado
el
escaso
tiempo
de
que
disponemos
.
En
el
segundo
,
el
sistema
ético
prudencial
,
las
consecuencias
de
nuestros
aaos
que
se
perciben
como
buenas
o
malas
,
más
que
nuestras
intenciones
,
deciden
de
la
calidad
moral
bondadosa
o
malévola
de
cada
acto
.
He
de
apresurarme
a
añadir
que
las
reflexiones
teóricas
sobre
la
conducta
en
el
marco
del
mercado
suelen
ser
abrumadoramente
de
la
índole
prudencial
,
no
de
la
categórica
.
Una
razón
para
esto
último
parece
en
parte
residir
en
el
hecho
de
que
la
sociedad
abierta
,
la
sociedad
competitiva
basada
en
la
división
del
trabajo
,
es
un
fenómeno
relativamente
reciente
y
en
algunos
casos
posterior
al
surgimiento
de
las
grandes
corrientes
morales
del
monoteísmo
,
con
sus
valores
centrados
más
bien
en
las
sociedades
cerradas
de
la
femiha
y
de
la
tribu
.
En
la
perspectiva
prudencial
,
el
mercado
y
el
Estado
,
por
otra
parte
,
son
dos
medios
muy
diversos
para
lograr
la
cooperación
que
se
considera
moralmente
deseable
entre
hombres
civilizados
:
el
mercado
es
un
proceso
de
intercambios
voluntarios
,
es
decir
,
pacíficos
,
que
institucionahzamos
en
los
contratos
,
y
donde
ambas
partes
—
iguales
entre
sí
ganan
,
según
las
respectivas
utilidades
subjetivas
("
marginales
"
las
llaman
los
economistas
)
de
lo
que
ceden
y
de
lo
que
adquieren
.
Un
juego
suma-positivo
,
como
se
dice
hoy
día
.
El
Estado
,
en
cambio
,
es
otra
manera
de
cooperación
,
esta
vez
obligatoria
,
según
una
jerarquía
de
prioridades
fijadas
unilaterahnente
por
la
autoridad
pública
,
de
donde
puede
resultar
aplicable
el
famoso
aforismo
de
Montaigne
:
"
La
ganancia
de
un
hombre
es
Laissez-Faire
45
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—
la
pérdida
de
otro
".
Un
juego
suma-cero
,
en
la
misma
jerga
de
las
Ciencias
Sociales
contemporáneas
.
£
1
Estado
,
en
cualquiera
de
sus
manifestaciones
históricas
(
la
polis
,
el
Inq^erio
,
la
nación
),
ha
pretendido
esencialmente
responder
a
aquellas
necesidades
básicas
de
los
individuos
de
protección
efectiva
y
aproximadamente
igual
en
sus
personas
y
en
sus
bienes
contra
otros
de
dentro
o
de
fuera
de
la
comunidad
organizada
,
y
tambiái
de
dirimir
los
conflictos
inevitables
que
surgen
entre
ellos
,
por
medio
del
monopolio
de
la
coacción
y
de
su
aparato
de
la
administración
de
la
justicia
.
Pareciera
que
no
hubiera
de
ofrecérseos
problema
moral
alguno
en
conciliar
estas
dos
formas
simultáneas
de
cooperación
humana
.
Desgraciadamente
—
como
nos
lo
recordara
Lord
Acton
—
"
el
poder
corronq
)
e
,
y
el
poder
absoluto
corroiiq
)
e
absolutamente
."
Al
Estado
se
le
reserva
el
monopolio
del
uso
de
la
fiíerza
para
que
pueda
satisfacer
más
eficientemente
esas
necesidades
individuales
y
colectivas
de
protección
y
justicia
.
Pero
la
imperfección
de
nuestra
naturaleza
,
que
busca
siempre
economizar
esfiíerzos
aunque
sea
a
costa
del
bienestar
ajeno
,
ha
llevado
una
y
otra
vez
,
en
todas
las
latitudes
del
globo
,
al
abuso
de
ese
poder
estatal
,
es
decir
,
a
la
corrupción
del
mero
monopoUo
coactivo
.
Por
eso
los
*
Svhigs
"
de
la
guerra
civil
ai
la
higlaterra
del
siglo
XVII
etre
el
Parlamento
y
el
Rey
insistieron
,
sobre
todo
por
boca
de
Jdm
Locke
,
en
que
habría
de
establecerse
limites
bien
estrechos
y
precisos
al
ejercicio
de
ese
poder
.
De
ahí
también
la
corríente
constitucicxialista
modema
con
la
que
todos
estamos
hoy
tan
éuniharizados
y
su
uheñor
refinamiento
en
el
concepto
contemporáneo
del
Estado
de
Derecho
.
Por
corrupción
,
por
lo
tanto
,
entiendo
oitonces
el
desvio
de
recursos
ajenos
para
fines
que
no
son
los
de
la
aprobación
de
aquellos
ciudadanos
que
los
generaron
sino
para
otros
que
arbitrariamente
fijan
en
su
propio
beneficio
quices
se
alzan
con
el
poder
de
consumirlos
,
ya
sea
por
serles
accesible
el
uso
o
la
amaiaza
del
uso
de
la
fuerza
estatal
,
ya
,
quizás
con
mayor
frecuencia
,
por
el
recurso
al
engaño
político
.
Las
manifestaciones
modemas
de
esta
corrupción
scm
variadísimas
;
los
sistemas
totalitarios
de
los
que
hemos
sido
testigos
durante
este
siglo
—
^y
de
los
que
todavía
nos
queda
como
botón
de
muestra
el
totahnente
corrupto
que
in
:
q
)
era
en
Cuba
han
sido
su
expresión
más
extrema
.
En
—
como
en
toda
esclavitud
—
^a
la
fimcirái
ellos
la
pers
(»)
a
ha
quedado
degradada
de
meras
herramientas
para
los
fines
del
poderoso
de
tumo
.
Pero
ya
a
las
puertas
del
tercer
milenio
nos
queda
esa
otra
versión
corruptora
,
más
insidiosa
y
diseminada
,
del
Estado
que
se
aitromete
en
las
relaciones
contractuales
entre
individuos
y
que
ccMiocemos
eufemísticamente
como
el
"
Estado
bmefector
"
{"
Welfare
State
").
Este
se
nos
ha
hecho
presente
en
todos
los
rincones
del
planeta
,
ea
unos
más
y
en
otros
menos
.
Su
objetivo
declarado
es
la
redistribución
niveladora
de
la
riqueza
ya
generada
y
distribuida
pacifícamete
por
el
mercado
,
vía
inq
)
uestos
progresivos
,
por
ejemplo
,
o
la
protección
a
empresarios
,
el
tutelaje
de
los
obreros
o
de
los
grupos
étnicos
,
la
erección
de
monq^olios
legales
(
es
decir
,
los
que
vedan
por
ley
el
acceso
a
otros
competidores
),
la
mukiplicacirái
de
regulaciones
que
eleven
los
costos
de
transacción
y
orillen
hacia
la
informahdad
a
los
posibles
nuevos
oferentes
—
o
aim
los
ahoguen
del
todo
,
los
controles
de
precios
a
granel
,
o
inclusive
a
través
de
la
Laissez-Faire
46
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mediación
del
más
mmoral
de
los
fraudes
monetarios
:
la
inflación
.
Al
fondo
de
todo
ello
anida
con
demasiada
frecuencia
la
fea
mancha
moral
de
la
envidia
,
y
por
supuesto
la
arrogancia
(
con
razón
llamada
"
fatal
"
por
Hayek
)
de
quienes
desde
el
poder
creen
saben
mejor
que
los
demás
lo
que
a
los
demás
conviene
o
lo
que
los
demás
deberían
preferir
.
El
mercado
,
se
ha
visto
una
y
otra
vez
,
distribuye
lo
que
se
produce
con
una
justicia
aproximadamente
proporcional
a
lo
que
cada
uno
aporta
a
la
producción
.
Aquí
quiero
subrayar
la
legitimidad
moral
del
lucro
empresarial
,
que
hace
,
sólo
él
,
posible
a
mediano
plazo
la
existencia
de
la
retribución
a
los
otros
factores
de
producción
en
la
forma
de
rentas
para
el
terrateniente
,
salarios
para
el
obrero
,
intereses
para
el
capitalista
,
y
hasta
impuestos
para
el
gobiemo
,
sin
contar
las
donacicmes
adicicmales
para
las
instituciones
de
beneficencia
.
Además
,
la
competencia
que
le
es
consubstancial
disciplina
moralmente
a
todos
los
en
él
involucrados
y
facilita
esa
autocorrección
de
nuestros
excesos
que
tan
rara
vez
vemos
lograda
en
los
ámbitos
de
las
jerarquías
del
poder
político
.
En
todo
ello
poco
cuentan
prudencialmente
las
intenciones
morales
con
respecto
a
los
fines
últimos
,
como
los
sentimientos
de
amorosa
solidaridad
,
que
se
les
pretende
impcMier
coa
las
ficcicsies
de
nuevas
"
virtudes
"
como
la
de
la
tan
mentada
justicia
"
social
,"
o
la
delimitación
de
un
bira
"
común
"
independiente
de
la
suma
de
los
bienes
particulares
de
los
individuos
que
integren
una
sociedad
libremente
organizada
y
que
busquen
racionaknente
maximizar
sus
bmeficios
y
minimizar
sus
costos
.
Esa
preocupación
con
fines
últimos
no
abiertos
al
anáhsis
racional
ha
llevado
al
descuido
inmoral
de
las
verdaderas
funciones
del
Estado
:
asegurar
la
estricta
observancia
de
los
contratos
,
el
respeto
igual
a
los
derechos
de
todos
,
sobre
todo
los
de
la
propiedad
y
sucesión
,
el
apego
minucioso
a
las
normas
del
debido
proceso
en
los
conflictos
de
interpretación
—
de
esperar
entre
hombres
limitados
e
imperfectos
—
condiciones
más
que
suficientes
para
esa
virtud
de
la
justicia
a
secas
entre
hombres
dispuestos
a
cooperar
pacíficamente
intercambiando
recursos
por
definición
siempre
escasos
y
que
nunca
nos
resultan
accesibles
sin
un
dispendio
de
esfuerzo
tenaz
.
A
esto
se
refería
D
.
H
.
Robertson
cuando
hace
unos
años
se
preguntaba
"¿
Qué
es
lo
que
economizan
los
economistas
?"*
Al
identificar
las
reglas
de
la
conducta
en
el
mercado
,
los
economistas
nos
ahorran
el
tener
que
apelar
a
la
buena
voluntad
del
creyente
,
su
amor
a
Dios
y
al
prójimo
,
al
intencicmalismo
moral
,
en
fin
,
en
nuestros
actos
,
que
son
de
la
esfera
íntima
—
^y
ciertamente
bienvenida
—
de
la
moral
categóríca
,
pero
también
,
como
resortes
de
la
acción
,
de
entre
los
recursos
más
escasos
.
Y
como
este
"
ahorro
"
se
ejecuta
a
través
del
Derecho
vigente
,
por
ello
mismo
había
adelantado
Jellinek
que
el
Derecho
es
"
un
mínimo
de
moral
."
Después
de
más
de
un
siglo
de
ensayos
,
a
veces
heroicos
,
y
a
un
costo
en
sufrimi^to
humano
inmensurable
,
de
intentar
sustituir
por
el
Estado
,
con
su
planificación
central
del
bienestar
igual
para
todos
,
aquel
otro
bienestar
desigual
resultado
de
aportes
en
el
mercado
desiguales
,
por
fin
parece
que
la
humanidad
comienza
a
aprender
de
sus
errores
.
La
tendencia
a
reducir
la
intromisión
enormemente
exagerada
de
los
políticos
en
los
procesos
del
mercado
empieza
por
devolver
a
los
hombres
al
menos
parte
de
Laissez-Faire
47
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